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La heteronormatividad ¿un sesgo en la práctica clínica terapéutica?



“En verdad, solo el curso vital de cada individuo

tiene unidad, coherencia y verdadero significado:

hay que verlo como una enseñanza,

y el sentido de la misma es moral.”

ARTHUR SCHOPENHAUER

Uno de los procesos importantes en el transcurso de la vida es buscar, encontrar y encontrase a sí mismo. Ser solitario en ese recorrido es como ser un navegante sin mapa, constantemente estamos en busca de otras miradas que nos clarifiquen y nos reparen. Yalom (2019) afirma que los terapeutas debemos mostrar el rumbo a nuestros consultantes a través del modelo de nuestra propia persona. Empatizando, validando y aceptando a quien se presenta a consulta, evitando a toda costa el prejuicio a través de modelos sociales en los que nos vemos inmersos y que pudiera ser una sentencia para la imagen del consultante.


El rumbo que mostramos está construido por nuestra realidad como persona y por ende como terapeuta y la realidad de quienes están frente a nosotros desde la postura de consultante. Como refiere Azar (2010) la construcción de la realidad proporciona argumentos a la historia oficial del sistema familiar. Como terapeuta es de carácter casi obligatorio, conocer el desarrollo y curso de la propia historia de vida, y su manifestación en nuestra percepción y acción dentro de la consulta, destacando que la parte social e histórica está enraizada en nuestra historia personal.


Esto en consecuencia nos lleva a pensar en la realidad a través de la percepción selectiva, como la ejemplifica Azar (2010) en una realidad de segundo orden que se construye según el valor, el atributo, el significado específico y propio que cada uno quiere conferir a una persona, situación y entorno.

La familia ha sido simbolizada bajo un espectro heteronormativo y heterosexista, si bien es cierto la diversidad sexual ha sido un parteaguas en la redefinición de estas formas familiares. Sin embargo es parte, muchas veces, del constructo de familia que se tiene y generalmente se sostiene de manera inconciente.


Esta redefinición simbólica se vuelve compleja al pensar que la visión de la familia está bajo un paradigma heteronormado. Antes de continuar me voy a permitir definir la heteronormatividad desde la postura de Carol Pateman, quien la refiere como un contrato sexual afirmado como el contrato original donde se debe vivir una heterosexualidad obligatoria para vivir una relación de pareja y que en letras “pequeñas” refiere, según Gayle Rubin (Citado por Guerra, 2009), a un sistema sexo-género, donde no solo se limita a la definición de los humanos a dos categoría genéricas, sino que también se genera como una disciplina, la atracción de sexos opuestos de manera mutua. Aquí es donde inicia el concepto conservador de “familia tradicional”.

Así mismo Muñoz (2012, citado por Lamont y Aragón, 2019) describe que el heterosexismo es la mirada de la práctica sexual, con base en un reduccionismo de la penetración del pene en la vagina, donde se afirma la superioridad natural del sexo masculino y de su órgano sexual externo, en el que recae la parte activa de todo el acto sexual, en el que el sistema social y económico reproduce una ideología que lo concibe como única expresión de la sexualidad.


Tanto el heterosexismo como la LGBT-fobia son productos resultantes de la heteronormatividad tácitamente reforzada por los estereotipos de género. Por tanto esta heteronormatividad, explicita la homofobia en términos de invisibilidad que repercute en la práctica psicoterapéutica. (Lamont y Aragón, 2019). Álvarez y Sevilla (2010, citado por Fausto y Aragón, 2019) consideran que se puede identificar a la homofobia en dos tipos de discursos: 1) actos en el lenguaje o al generar omisión de las personas, y 2) actitudes que puedan denotar minimización a una persona que abiertamente es homosexual.

Así mismo puede ser abierta o encubierta, este discurso homofóbico “tiene como característica marcar un “deber ser”, que las sociedad deben conducirse de una manera particular y como la dictan las buenas costumbres de una sociedad” (Álvarez y Sevilla, 2010, citado por Lamont y Aragón, 2019).


Qué queda entonces, de una relación terapéutica con obstaculizaciones invisibles entintadas de la heteronormatividad a la que nos vemos inmersos socialmente.

Y es que, esta heteronormatividad, está construída por diversos factores, uno de ellos y que pudiera ser el más predominante son las microagresiones, que como lo explica Smith (2015, citado por Lamont, 2019) son comunicaciones que sutilmente excluyen o anulan los sentimientos o realidad de una persona con identidad social que no es “dominante”, esto a su vez ha demostrado el efecto dañino que generan estas microagresiones, como: estrés crónico, depresión, ansiedad y baja autoestimsa, entre otras (Smith, 2015, citado por Lamont, 2019)

Entonces, me cuestiono, qué queda de la empatía cuando, por inercia, minimizamos actitudes de una persona por el cumplimiento del “deber ser” al seguir marcos sociales. Esto conceptualizaría la empatía como una superficialidad de la relación terapéutica, al contrario de lo que refieren, sobre la empatía, Bohart y Greenberg (1997, citado por Reyes y Tena, 2006) “la empatía es la plataforma que hace posible la intervención terapéutica” (p.47).


Esto convierte a la empatía en un constructo relacionado con la validación, tal como definen Koerner y Linehan (2003, citado por Reyes y Tena, 2006) la empatía sería la comprensión de la perspectiva del usuario y la validación comunica de manera activa que la perspectiva de este tiene sentido.

Lo que en un inicio pudiera figurar como un proceso terapéutico que las personas llevan para obtener un cambio, al no quitarnos estos vendajes sociales de los ojos, pudiera convertirse en una agresión de manera “indirecta” a nuestros consultantes; el no cuestionarnos patrones que se manifiestan en el curso de nuestras sesiones pudieran violentar mediante formas invisibles la construcción de nuestros consultantes.

El cuidar de nosotros como terapeutas, mediante proceso terapéutico y constante reflexión, cuida de quienes confían en nosotros, para invitarnos al viaje de su proceso terapéutico.

Por: Antonio Andrade Bazail


REFERENCIAS

  • Azar, S. (2010). Terapia Sistémica de la resiliencia. Abriendo caminos, del sufrimiento al bienestar. Argentina: Paidos Editorial SAICF

  • Guerra, L. (2009) Familia y Heteronormatividad. Revista Argentina de estudios de juventud. Recuperado en: https://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/revistadejuventud/article/view/1477

  • Lamont, F. y Aragón S. (2019) La terapia Familiar Sistémica y la comunidad LGBT+. México: UNAM Consultado en: https://www.researchgate.net/publication/336532774_Terapia_Familiar_Comunidad_LGBT

  • Pateman, C. (1995). El Contrato Sexual, Mexico, Anthropos/UAM. Recuperado en: https://jcguanche.files.wordpress.com/2014/01/131498859-carole-pateman-el-contrato-sexual-1995.pdf

  • Schonpenhauer, A. (2013) El arte de sobrevivir. Edit. Ernst Ziegler. Trad. Molina, J., Barcelona: Editorial Herder.

  • Yalon, I. (2019). El don de la terapia. Carta abierta a una nueva generación de terapeutas y sus pacientes. México: Editorial Emecé.

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