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El monstruo siempre estuvo a lado de la habitación.



¿Alguna vez has sentido que un algo o alguien te sigue? ¿Qué ves su sombra pasar? ¿Que te roba tu paz? Este monstruo estuvo a lado de mí, creciendo conmigo, pero no era mío, ni sé de dónde venía ni cómo había llegado. Él vivió conmigo mis momentos más felices, compartió con mi familia esa rebanada de pay de queso que tanto nos gusta, él dormía a lado de la habitación.


Toda mi vida había sentido una angustia tremenda por temor a que se apareciera, porque sin saberlo se le presentó a mi persona favorita incontables veces, porque aunque no sabía de su presencia vi cómo algo la destrozaba y la carcomía, observé de lejos como ella se consumía en su silencio y cómo con sus pedazos ella hizo una muralla para protegerme.


Llegó el momento de crecer y enfrentarme al mundo, y en la soledad el monstruo se hizo materia. He de decir que a simple vista tomó una forma agradable, donde no pude tener la guardia arriba, este monstruo se aprovechó de mi confianza y cuando menos supe trasgredió mi ser; me cortó mi alma, me vació el espíritu y me llenó de culpa… Dios mío, ¿qué tanto hice para pagarlo de esta manera?


Quizás si mi persona favorita hubiese hablado, el monstruo se asustaría y se hubiera desvanecido, quizás si hubiese salido del silencio nos hubiera dejado libre el camino a las mujeres más pequeñas de la familia y evitar encontrarnos con semejante ser… Pero no la juzgo, porque tampoco yo tuve el valor de decirlo y no por no ser valiente, creo que lo somos y mucho, porque evidenciar al monstruo implicaría sacudir a nuestros antepasados y contemporáneos de que se dieran cuenta que no nos cuidaron, que se dieron cuenta de la presencia de ese ente extraño y que no hicieron nada para espantarlo, que incluso lo invitaron a la mesa y se sentaba en la sala esperando el tiempo adecuado para tomar el cuerpo de alguien y manifestarse. Y el decirlo entonces sería que cada uno tomara responsabilidad de haberlo visto y de no advertirnos; y que el decirlo conllevaría a reestructurar, y eso dolería porque partiríamos de los pedacitos de cada uno, pedacitos causados del eco de mi persona favorita. Pero no los juzgo, porque quizás no sabían cómo espantarlo, porque no podían pelear con algo que no se veía, aunque se sentía.


Ahora, monstruo, me quiero despedir de ti, ya no me asustas, ni vas a dañar más a mi familia. Es más, ya no tienes poder sobre mí porque al haberte apreciado en carne pude sentir también tu esencia, porque este dolor que me dejaste ya no me causa culpa y me está sirviendo para crecer mis alas que ahora son más grandes y que si te las muestro te vas a estremecer hasta marcharte, y que sí, me dejaste una cicatriz enorme, pero justamente de ahí estoy floreciendo, y cada rosa que sale de mí es más bella, cada tulipán está soportando el invierno y ya no vas a arruinar mi jardín, porque ya no vives a lado de mi habitación.


Anónimo

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